El modelo comercial

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Estos días se plantea desde la Administración la concesión de licencia a Ikea para la instalación de una macrotienda en las afueras de Pamplona.

El debate está servido, pero antes de entrar al trapo de pros y contras, que con un simplismo, no exento de buena fe, se ha planteado desde las distintas administraciones a lo largo de estos últimos años, pienso que hay aspectos que exigen una reflexión previa.

Y es tan sencillo como preguntarnos qué modelo de ciudad queremos desde el planeamiento comercial, que tiene una afección importantísima sobre el día a día del ciudadano, y si verdaderamente tenemos los datos, preparación técnica y capacidad de resolución para conseguirlo. Es decir, si estamos convencidos de la ciudad que queremos y, además, capacitados, técnica y científicamente, para vender ese convencimiento. Tela. Lo demás vendrá por sí solo, pero en tanto no se pueda responder a estas consideraciones, lo mejor es no aventurarse en iniciativas individuales que pueden ser en el futuro un obstáculo, que puede chocar de frente con un análisis más reposado del proyecto comercial de ciudad.

En definitiva, que se debe posponer, no ya Ikea, sino cualquier modificación importante que afecte al tejido comercial y social de esta ciudad. Evidentemente, “priorizando el modelo a definir, en lugar de admitir como ha sucedido hasta ahora que sean las multinacionales las que definan las reglas de juego y las administraciones las que asuman, con mayor o menor entusiasmo, pero siempre sumisas y obedientes, las reglas de juego impuestas”. En este debate sobran los partidismos oportunistas, que como en cualquier proyecto se van a suscitar. Dentro de ese análisis reposado y referido solamente al aspecto comercial, el debate fundamental que se plantea es si queremos una ciudad en la que conviva el tejido social con el tejido comercial, o preferimos disociarlos, sacando el tejido comercial a la periferia.

En el pasado siglo a las pequeñas empresas de servicios se les forzó a abandonar el centro. Hoy echamos de menos al electricista, fontanero, mecánicos y otros profesionales que los teníamos en nuestras calles. En estos momentos se están dando traslados a la periferia de colegios y universidades. Son aspectos en los que, evidentemente, no vamos a entrar, pero que inciden en el modelo de ciudad a debatir y que tienen una consecuencia común, como es la pérdida de dinamismo y, como consecuencia, el amortecinamiento de la ciudad.

En consecuencia, vamos a centrarnos en el aspecto comercial que es lo que en este momento nos preocupa como comerciantes y dinamizadores de la actividad ciudadana, y que ante la llegada de nuevos desertizadores estamos obligados a plantear.

Los comerciantes somos los mercaderes de nuestra era, y como tales cumplimos una labor de facilitar bienes y servicios a la ciudadanía a cambio de unos ingresos que nos permitan mantener la actividad, crear puestos de trabajo y, cómo no, conseguir beneficios, cuanto más sustanciosos mejor. No somos ONG.

Pero además de eso, los comercios/ciudad asumimos una actividad especial, que esta sí es gratuita, que es la de ser elementos dinamizadores de la economía, movilidad y la propia convivencia, de las zonas donde estamos ubicados, actuando como intercambiadores relacionales, hasta el punto que podemos definir el dinamismo o la decadencia de un lugar solamente en función de la vitalidad de su comercio/ciudad. Esto lógicamente no sucede en otras ubicaciones en la que se ejerce mercadeo puro y duro.

Y en esta obligación especial es en la que tenemos que colaborar con los administradores, pero no en el reparto de bolsitas con sonrisas, sino en planes de actuación realistas, mas allá de limosnas o subvenciones. Es cierto que ante la realidad del comercio electrónico poco podemos hacer. Los comercios que no aporten valor añadido profesional a sus ventas no van a cerrar masivamente porque ya están cerrados. Los que sí aportamos ese valor añadido a nuestras ventas podremos dar algunas brazadas más, pero si vamos contracorriente lo tenemos crudo.

No podemos hacer mucho para revertir las tendencias de compra, pues el consumidor en gran parte se ha acostumbrado a la periferia, la compra electrónica es fantástica por su comodidad y rapidez, y las crisis económicas nos las vienen impuestas. Solo hay un aspecto en el que podemos trabajar para paliar el desastre. Enfrentándonos con decisión a las nuevas inversiones periféricas. Que toca Ikea es anecdótico. No tenemos nada contra esta firma en particular, pero creemos que ya toca plantarse y replantearse desde la Administración que, del mismo modo que se establecen normas urbanísticas y de ocio, se establezcan normativas que definan el desarrollo comercial de la ciudad y su periferia.

En el pasado siglo a las pequeñas empresas de servicios se les forzó a abandonar el centro. Hoy echamos de menos al electricista, fontanero, mecánicos y otros profesionales que los teníamos en nuestras calles. En estos momentos se están dando traslados a la periferia de colegios y universidades. Son aspectos en los que, evidentemente, no vamos a entrar, pero que inciden en el modelo de ciudad a debatir y que tienen una consecuencia común, como es la pérdida de dinamismo y, como consecuencia, el amortecinamiento de la ciudad.

En consecuencia, vamos a centrarnos en el aspecto comercial que es lo que en este momento nos preocupa como comerciantes y dinamizadores de la actividad ciudadana, y que ante la llegada de nuevos desertizadores estamos obligados a plantear.

Los comerciantes somos los mercaderes de nuestra era, y como tales cumplimos una labor de facilitar bienes y servicios a la ciudadanía a cambio de unos ingresos que nos permitan mantener la actividad, crear puestos de trabajo y, cómo no, conseguir beneficios, cuanto más sustanciosos mejor. No somos ONG.

Pero además de eso, los comercios/ciudad asumimos una actividad especial, que esta sí es gratuita, que es la de ser elementos dinamizadores de la economía, movilidad y la propia convivencia, de las zonas donde estamos ubicados, actuando como intercambiadores relacionales, hasta el punto que podemos definir el dinamismo o la decadencia de un lugar solamente en función de la vitalidad de su comercio/ciudad. Esto lógicamente no sucede en otras ubicaciones en la que se ejerce mercadeo puro y duro.

Y en esta obligación especial es en la que tenemos que colaborar con los administradores, pero no en el reparto de bolsitas con sonrisas, sino en planes de actuación realistas, mas allá de limosnas o subvenciones. Es cierto que ante la realidad del comercio electrónico poco podemos hacer. Los comercios que no aporten valor añadido profesional a sus ventas no van a cerrar masivamente porque ya están cerrados. Los que sí aportamos ese valor añadido a nuestras ventas podremos dar algunas brazadas más, pero si vamos contracorriente lo tenemos crudo.

No podemos hacer mucho para revertir las tendencias de compra, pues el consumidor en gran parte se ha acostumbrado a la periferia, la compra electrónica es fantástica por su comodidad y rapidez, y las crisis económicas nos las vienen impuestas. Solo hay un aspecto en el que podemos trabajar para paliar el desastre. Enfrentándonos con decisión a las nuevas inversiones periféricas. Que toca Ikea es anecdótico. No tenemos nada contra esta firma en particular, pero creemos que ya toca plantarse y replantearse desde la Administración que, del mismo modo que se establecen normas urbanísticas y de ocio, se establezcan normativas que definan el desarrollo comercial de la ciudad y su periferia.

Si después de un completo análisis que no incluya solamente el deterioro comercial, sino la afectación medioambiental, el aumento del tráfico, sostenibilidad, afecciones urbanísticas, inversiones necesarias y demás aspectos que configuren la definición de la ciudad que queremos, resulta que la tendencia actual es la correcta, por lo menos estaremos enterados de cuál es el terreno de juego y las reglas del partido y, en consecuencia, los comerciantes podremos valorar y decidir si nos interesa o no jugar con ese balón. Mientras tanto, deberemos presionar a nuestras asociaciones para que negocien con las fuerzas políticas, tanto de gobierno como oposición, la paralización de cualquier inversión periférica comercial que se pueda promover hasta que se estudie a fondo con participación de los distintos organismos políticos y agentes sociales implicados, el modelo de ciudad al que debemos aspirar como comerciantes y consumidores.

Y es en ese debate donde tenemos que participar los comerciantes administradores y consumidores. A estos últimos tenemos que ser capaces de comunicarles que los comerciantes no hemos aterrizado de Marte, sino que estamos integrados como personas en el tejido social, que nuestros trabajadores tienen familia, llevan a sus hijos a los colegios igual que vosotros, y pasan dificultades para llegar a fin de mes, como todos. Que colaboramos con vuestras compras en la hacienda común de los navarros, y que las distintas administraciones que hemos tenido os han obligado a que seáis vosotros, reconvertidos en ejecutivos sin escrúpulos, los que dicten el cierre de los cientos de comercios, ya que han procurado que os sintáis mas cómodos acudiendo en masa a la periferia, cuyos accesos están financiados por todos nosotros y cuyos beneficios normalmente vuelan a otras provincias o países. Ya sabemos que muchos de vosotros vais a defender planteamientos que chocan con los intereses del comercio/ciudad, pero creemos que en la recuperación de las ciudades como núcleos de convivencia debemos participar todos.

El autor es comerciante

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El modelo comercial

Estos días se plantea desde la Administración la concesión de licencia a Ikea para la instalación de una macrotienda en las afueras de Pamplona.

El debate está servido, pero antes de entrar al trapo de pros y contras, que con un simplismo, no exento de buena fe, se ha planteado desde las distintas administraciones a lo largo de estos últimos años, pienso que hay aspectos que exigen una reflexión previa.

Y es tan sencillo como preguntarnos qué modelo de ciudad queremos desde el planeamiento comercial, que tiene una afección importantísima sobre el día a día del ciudadano, y si verdaderamente tenemos los datos, preparación técnica y capacidad de resolución para conseguirlo. Es decir, si estamos convencidos de la ciudad que queremos y, además, capacitados, técnica y científicamente, para vender ese convencimiento. Tela. Lo demás vendrá por sí solo, pero en tanto no se pueda responder a estas consideraciones, lo mejor es no aventurarse en iniciativas individuales que pueden ser en el futuro un obstáculo, que puede chocar de frente con un análisis más reposado del proyecto comercial de ciudad.

 

En definitiva, que se debe posponer, no ya Ikea, sino cualquier modificación importante que afecte al tejido comercial y social de esta ciudad. Evidentemente, “priorizando el modelo a definir, en lugar de admitir como ha sucedido hasta ahora que sean las multinacionales las que definan las reglas de juego y las administraciones las que asuman, con mayor o menor entusiasmo, pero siempre sumisas y obedientes, las reglas de juego impuestas”. En este debate sobran los partidismos oportunistas, que como en cualquier proyecto se van a suscitar. Dentro de ese análisis reposado y referido solamente al aspecto comercial, el debate fundamental que se plantea es si queremos una ciudad en la que conviva el tejido social con el tejido comercial, o preferimos disociarlos, sacando el tejido comercial a la periferia.

En el pasado siglo a las pequeñas empresas de servicios se les forzó a abandonar el centro. Hoy echamos de menos al electricista, fontanero, mecánicos y otros profesionales que los teníamos en nuestras calles. En estos momentos se están dando traslados a la periferia de colegios y universidades. Son aspectos en los que, evidentemente, no vamos a entrar, pero que inciden en el modelo de ciudad a debatir y que tienen una consecuencia común, como es la pérdida de dinamismo y, como consecuencia, el amortecinamiento de la ciudad.

En consecuencia, vamos a centrarnos en el aspecto comercial que es lo que en este momento nos preocupa como comerciantes y dinamizadores de la actividad ciudadana, y que ante la llegada de nuevos desertizadores estamos obligados a plantear.

Los comerciantes somos los mercaderes de nuestra era, y como tales cumplimos una labor de facilitar bienes y servicios a la ciudadanía a cambio de unos ingresos que nos permitan mantener la actividad, crear puestos de trabajo y, cómo no, conseguir beneficios, cuanto más sustanciosos mejor. No somos ONG.

Pero además de eso, los comercios/ciudad asumimos una actividad especial, que esta sí es gratuita, que es la de ser elementos dinamizadores de la economía, movilidad y la propia convivencia, de las zonas donde estamos ubicados, actuando como intercambiadores relacionales, hasta el punto que podemos definir el dinamismo o la decadencia de un lugar solamente en función de la vitalidad de su comercio/ciudad. Esto lógicamente no sucede en otras ubicaciones en la que se ejerce mercadeo puro y duro.

Y en esta obligación especial es en la que tenemos que colaborar con los administradores, pero no en el reparto de bolsitas con sonrisas, sino en planes de actuación realistas, mas allá de limosnas o subvenciones. Es cierto que ante la realidad del comercio electrónico poco podemos hacer. Los comercios que no aporten valor añadido profesional a sus ventas no van a cerrar masivamente porque ya están cerrados. Los que sí aportamos ese valor añadido a nuestras ventas podremos dar algunas brazadas más, pero si vamos contracorriente lo tenemos crudo.

No podemos hacer mucho para revertir las tendencias de compra, pues el consumidor en gran parte se ha acostumbrado a la periferia, la compra electrónica es fantástica por su comodidad y rapidez, y las crisis económicas nos las vienen impuestas. Solo hay un aspecto en el que podemos trabajar para paliar el desastre. Enfrentándonos con decisión a las nuevas inversiones periféricas. Que toca Ikea es anecdótico. No tenemos nada contra esta firma en particular, pero creemos que ya toca plantarse y replantearse desde la Administración que, del mismo modo que se establecen normas urbanísticas y de ocio, se establezcan normativas que definan el desarrollo comercial de la ciudad y su periferia.

 

En el pasado siglo a las pequeñas empresas de servicios se les forzó a abandonar el centro. Hoy echamos de menos al electricista, fontanero, mecánicos y otros profesionales que los teníamos en nuestras calles. En estos momentos se están dando traslados a la periferia de colegios y universidades. Son aspectos en los que, evidentemente, no vamos a entrar, pero que inciden en el modelo de ciudad a debatir y que tienen una consecuencia común, como es la pérdida de dinamismo y, como consecuencia, el amortecinamiento de la ciudad.

En consecuencia, vamos a centrarnos en el aspecto comercial que es lo que en este momento nos preocupa como comerciantes y dinamizadores de la actividad ciudadana, y que ante la llegada de nuevos desertizadores estamos obligados a plantear.

Los comerciantes somos los mercaderes de nuestra era, y como tales cumplimos una labor de facilitar bienes y servicios a la ciudadanía a cambio de unos ingresos que nos permitan mantener la actividad, crear puestos de trabajo y, cómo no, conseguir beneficios, cuanto más sustanciosos mejor. No somos ONG.

Pero además de eso, los comercios/ciudad asumimos una actividad especial, que esta sí es gratuita, que es la de ser elementos dinamizadores de la economía, movilidad y la propia convivencia, de las zonas donde estamos ubicados, actuando como intercambiadores relacionales, hasta el punto que podemos definir el dinamismo o la decadencia de un lugar solamente en función de la vitalidad de su comercio/ciudad. Esto lógicamente no sucede en otras ubicaciones en la que se ejerce mercadeo puro y duro.

Y en esta obligación especial es en la que tenemos que colaborar con los administradores, pero no en el reparto de bolsitas con sonrisas, sino en planes de actuación realistas, mas allá de limosnas o subvenciones. Es cierto que ante la realidad del comercio electrónico poco podemos hacer. Los comercios que no aporten valor añadido profesional a sus ventas no van a cerrar masivamente porque ya están cerrados. Los que sí aportamos ese valor añadido a nuestras ventas podremos dar algunas brazadas más, pero si vamos contracorriente lo tenemos crudo.

No podemos hacer mucho para revertir las tendencias de compra, pues el consumidor en gran parte se ha acostumbrado a la periferia, la compra electrónica es fantástica por su comodidad y rapidez, y las crisis económicas nos las vienen impuestas. Solo hay un aspecto en el que podemos trabajar para paliar el desastre. Enfrentándonos con decisión a las nuevas inversiones periféricas. Que toca Ikea es anecdótico. No tenemos nada contra esta firma en particular, pero creemos que ya toca plantarse y replantearse desde la Administración que, del mismo modo que se establecen normas urbanísticas y de ocio, se establezcan normativas que definan el desarrollo comercial de la ciudad y su periferia.

Si después de un completo análisis que no incluya solamente el deterioro comercial, sino la afectación medioambiental, el aumento del tráfico, sostenibilidad, afecciones urbanísticas, inversiones necesarias y demás aspectos que configuren la definición de la ciudad que queremos, resulta que la tendencia actual es la correcta, por lo menos estaremos enterados de cuál es el terreno de juego y las reglas del partido y, en consecuencia, los comerciantes podremos valorar y decidir si nos interesa o no jugar con ese balón. Mientras tanto, deberemos presionar a nuestras asociaciones para que negocien con las fuerzas políticas, tanto de gobierno como oposición, la paralización de cualquier inversión periférica comercial que se pueda promover hasta que se estudie a fondo con participación de los distintos organismos políticos y agentes sociales implicados, el modelo de ciudad al que debemos aspirar como comerciantes y consumidores.

Y es en ese debate donde tenemos que participar los comerciantes administradores y consumidores. A estos últimos tenemos que ser capaces de comunicarles que los comerciantes no hemos aterrizado de Marte, sino que estamos integrados como personas en el tejido social, que nuestros trabajadores tienen familia, llevan a sus hijos a los colegios igual que vosotros, y pasan dificultades para llegar a fin de mes, como todos. Que colaboramos con vuestras compras en la hacienda común de los navarros, y que las distintas administraciones que hemos tenido os han obligado a que seáis vosotros, reconvertidos en ejecutivos sin escrúpulos, los que dicten el cierre de los cientos de comercios, ya que han procurado que os sintáis mas cómodos acudiendo en masa a la periferia, cuyos accesos están financiados por todos nosotros y cuyos beneficios normalmente vuelan a otras provincias o países. Ya sabemos que muchos de vosotros vais a defender planteamientos que chocan con los intereses del comercio/ciudad, pero creemos que en la recuperación de las ciudades como núcleos de convivencia debemos participar todos.

El autor es comerciante

 

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